vacío
cuando te convertiste en
ausente,
el humo del cigarro que me nubla los sentidos.
Ya no está tu voz y
ardo por dentro.
Pero no como cuando me
llamabas a las tantas de la madrugada
para darme las
buenas noches.
Ardo como arde la ceniza en el
fondo
del cenicero, sabiendo que la
única chispa se apagará;
inevitablemente,
por completo y para siempre.
Aquel día fue
la última calada de ti
que probaron mis pulmones, y ahora es
mi corazón el que sueña con que
lo vuelvas a dejar
sin aliento.
Sangro ausencia y escuece
más que la marca que tus
besos
dejaron en mi
regazo.
Ojalá siguieses conmigo.
Ya no existen risas a las que sonreír,
palabras a las que contestar,
ni miradas en las que perderse.
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